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ÍNDICE
Amor: la fuerza creadora por excelencia………. Eric Butterworth
Lo único que recuerdo………. Bobbie Probstein
Canción del corazón………. Patty Hansen
Amor de verdad………. Barrie y Joyce Vissell
El juez abrazador………. Jack Canfield Mark V. Hansen
¿Acá no puede pasar?.......... Jack Canfield
Tú cuentas………. Helice Bridges
De a una………. Jack Canfield y Mark V. Hansen
El regalo………. Bennet Cerf
Un hermano así………. Dan Clark
Hablando de coraje………. Dan Millman
El gordo Ed………. Joe Bañen
El amor y el taxista………. An Buchwald
Un gesto simple………. John W. Schlatter
La sonrisa………. Hanoch McCarty
Amy Graham………. Mark V. Hansen
Una historia para el día de San Valentín………. Jo Ann Larsen
¡Carpe diem!.......... Alan Caben
¡Te conozco, eres como yo!.......... Stan Dale
La necesidad más agradable………. Fred T. Wilhelms
Bopsy………. Jack Canfield y Mark V. Hansen
Cachorros en venta………. Dan Clark
El Buda de Oro………. Jack Canfield
Empieza por ti………. Anónimo
¡Nada más que la verdad!.......... Dallas Morning News
Cubrir todas las bases………. Fuente desconocida
Mi declaración de autoestima………. Virginia Satir
La mendiga………. Bobbie Probstein
Las reglas para ser humano………. Anónimo
Los chicos aprenden lo que viven………. Dorothy L. Nolte
Por qué elegí a mi padre como papá………. Bettie B. Youngs
La escuela de los animales………. George H. Reavis
Emocionado………. Víctor Nelson
Te quiero, hijo………. Víctor B. Miller
Lo que eres es tan importante como lo que haces………. Patricia Fripp
La perfecta familia de clase media………. Michael Murphy
¡Dilo!.......... Gene Bedley
Acerme un futuro………. Frank Trujillo
Ahora me quiero………. Everett Shostrum
Todas las cosas buenas………. Helen P. Mrosla
Eres una maravilla………. Pablo Casáis
Aprendemos haciendo………. John Holt
La mano………. Fuente desconocida
El niño………. Helen E. Buckley
Soy maestro………. John W. Schlatter
¡Creo que puedo!.......... Michele Barba
Descansa en paz. El funeral del "No puedo"………. Chick Moorman.
La historia 333………. Bob Proctor
Pide, pide, pide………. Jack Canfield y Mark V. Hansen
¿La Tierra se movió para ti?.......... Hanoch McCarty
El sticker pacificador de.......... Tommy Mark V. Hansen
Si no pides, no recibes, pero si lo haces, s..........í Rick Gelinas
La búsqueda de Rick Little.......... Adaptado de Peggy Mann
La magia de creer.......... Edward McGrath, Jr.
El libro de las metas de Glenna.......... Glenna Salsbury
Otro tilde en la lista.......... John Goddard
¡Atención, nena, soy tu amorcito! .......... Jack Canfield
Dispuesto a pagar el precio.......... John McCormack
Todos tenemos algún sueño.......... Virginia Satir
Sigue tu sueño.......... Jack Canfield
La caja.......... Florence Littauer
Estímulo.......... Nido Qubein
Walt Jones.......... Bob Moawad
¿Eres fuerte como para enfrentar las críticas? .......... Theodore Roosevelt
Correr riesgos.......... Patty Hansen
Un servicio con humor.......... Karl Albrecht y Ron Zenke
Obstáculos.......... Víktor E. Frankl
Para tener en cuenta.......... Jack Canfield y Mark V. Hansen
John Corcoran - El hombre que no sabía leer.......... Pamela Truax
Abraham Lincoln no se dio por vencido.......... Abraham Lincoln
La lección de un hijo.......... Danielle Kennedy
¿Fracaso? ¡No! Sólo reveses temporarios.......... Dottie Walters
Para ser más creativo, estoy esperando.......... David B. Campbell
Todos pueden hacer algo.......... Jack Canfield
Sí, tú puedes.......... Jack Canfield y Mark V. Hansen
Corre, Patti, corre.......... Mark V. Hansen
El poder de la determinación.......... Burt Dubin
Fe.......... Roy Campanella
Salvó 219 vidas.......... Jack Canfield y Mark V. Hansen
¿Va a ayudarme? .......... Mark V. Hansen
Sólo una vez más..........Hanoch McCarty
Hay grandeza a tu alrededor. Aprovéchala.......... Bob Richards
Trato hecho.......... Florence Littauer
Tómese un momento para ver de verdad.......... Jeffrey Thomas
Si volviera a vivir.......... Nadine Stair
Dos monjes.......... Irmgard Schloegl
Sachi.......... Dan Millman
El don del delfín.......... Elizabeth Gawain
La mano del Maestro.......... Myra B. Welch
Amor: la fuerza creadora por excelencia
Un profesor universitario envió a sus alumnos de sociología a las villas miserias de Baltimore para estudiar doscientos casos de varones adolescentes. Les pidió que escribieran una evaluación del futuro de cada chico. En todos los casos, los estudiantes escribieron: “No tiene ninguna posibilidad”. Veinticinco años más tarde, otro profesor de sociología se encontró con el estudio anterior. Envió a sus alumnos a que hicieran un seguimiento del proyecto para ver qué les había pasado a aquellos chicos. Exceptuando a veinte de ellos que se habían ido o habían muerto, los estudiantes descubrieron que casi todos los restantes habían logrado un éxito más que modesto como abogados, médicos y hombres de negocios. El profesor se quedó pasmado y decidió seguir adelante con el tema. Por suerte, todos los hombres estaban en la zona y pudo hablar con cada uno de ellos. “¿Cómo explica su éxito?”, les preguntaba. En todos los casos, la respuesta, cargada de sentimiento, fue “Hubo una maestra”. La maestra todavía vivía, de modo que la buscó y le preguntó a la anciana, pero todavía lúcida mujer, qué fórmula mágica había usado para que esos chicos salieran de la villa y tuvieran éxito en la vida. Los ojos de la maestra brillaron y sus labios esbozaron una agradable sonrisa. “En realidad es muy simple –dijo-. Quería mucho a esos chicos.”
Eric Butterworth
Lo único que recuerdo
Cuando mi padre me hablaba, siempre empezaba la conversación diciendo: “¿Ya te dije hoy cuánto te adoro?”. La expresión de amor era correspondida y, en sus últimos años, cuando su vida empezó visiblemente a decaer, nos acercamos aún más… si es que era posible. A los ochenta y dos años estaba dispuesto a morirse y yo estaba dispuesto a dejarlo partir para que su sufrimiento terminara. Nos reímos, lloramos, nos tomamos de las manos, nos dijimos nuestro amor y estuvimos de acuerdo en que era el momento. Dije: “Papá, una vez que te hayas ido quiero que me envíes una señal para saber que estas bien”. Se rió por lo absurdo del pedido; papá no creía en la reencarnación. Yo tampoco estaba muy seguro al respecto, pero había tenido muchas experiencias que me convencieron de que podía recibir alguna señal “del otro lado”. Mi padre y yo estábamos ligados tan profundamente que, en el momento de su muerte, sentí su infarto en mi pecho. Después lamente que el hospital, con su estéril sabiduría, no me hubiera dejado sostener su mano al irse. Día tras día rezaba para saber algo de él, pero no pasaba nada. Noche tras noche, pedía tener un sueño antes de dormirme. Y no obstante, pasaron cuatro largos meses y lo único que sentía era el dolor de su pérdida. Mamá había muerto cinco años antes del mal de Alzheimer y, si bien yo ya tenía hijas a mi vez, me sentía como un niño perdido. Un día, mientras estaba tendido en una mesa de masajes, en un cuarto tranquilo y oscuro esperando mi turno, me invadió una ola de nostalgia por mi padre. Empecé a preguntarme si no había sido demasiado exigente al pedir una señal de él. Noté que mi mente se hallaba en un estado de hiperagudeza. Sentí una claridad desconocida en la que podría haber agregado largas columnas de figuras en mi mente. Me cercioré de no estar soñando y me di cuenta de que me hallaba lo más lejos posible de un estado de somnolencia. Cada pensamiento era como una gota de agua que caía en una fuente tranquila, y me maravilló la paz de cada momento que pasaba. Entonces pensé: “He estado tratando de controlar los mensajes del otro lado; dejaré de hacerlo ya mismo”. De repente, apareció la cara de mi madre, como había sido antes de que la enfermedad de Alzheimer la privara de su juicio, de su humildad y de veinticinco kilos. Su magnífico pelo plateado coronaba su rostro dulce. Era tan real y estaba tan cerca que me daba la impresión de que podía tocarla si quería. Se la veía como unos doce años atrás, cuando el deterioro no había empezado. Hasta olía la fragancia de Joy, su perfume favorito. Me pregunté cómo era posible que estuviera pensando en mi padre y apareciera mi madre, y me sentí un poco culpable por no haber pedido una señal de ella también. Dije: “Oh, madre, lamento tanto que hayas tenido que sufrir con esa terrible enfermedad”. Inclinó levemente su cabeza hacia un lado, como para confirmar lo que había dicho de su sufrimiento. Luego sonrió –una sonrisa bellísima- y dijo de una manera muy clara: “Pero lo único que recuerdo es el amor”. Y despareció. Empecé a temblar en un cuarto que de pronto se había vuelto frio. Supe en lo más profundo que el amor que damos y recibimos es lo único que cuenta y lo único que se recuerda. El sufrimiento se olvida; el amor permanece. Sus palabras son las más importantes que he oído en mi vida y ese momento quedó grabado para siempre en mi corazón. Todavía no he visto ni oído a mi padre, pero no tengo ninguna duda de que, algún día, cuando menos lo espere, aparecerá y dirá: “¿Ya te dije hoy que te quiero?”
Bobbie Probstèin
Canción del corazón
Había una vez un gran hombre que se casó con la mujer de sus sueños. Con su amor, crearon una niñita. Era una pequeña brillante y encantadora y el gran hombre la quería mucho. Cuando era muy pequeñita, la alzaba, tarareaba una melodía y la hacía bailar por el cuarto al tiempo que le decía: “Te quiero, chiquita”. Mientras la niña crecía, el gran hombre solía abrazarla y decirle: “Te amo, chiquita”. La hija protestaba diciendo que ya no era chiquita. Entonces el hombre se reía y decía: “Para mí, siempre vas a ser mi chiquita”. La chiquita que ya-no-era-chiquita dejó su casa y salió al mundo. Al aprender más sobre sí misma, aprendió más sobre el hombre. Vio que era de veras grande y fuerte, pues ahora reconocía sus fuerzas. Una de sus fuerzas era su capacidad para expresar su amor a la familia. Sin importarle en qué lugar del mundo estuviera, el hombre la llamaba y le decía: “Te amo, chiquita”. Llegó el día en que la chiquita que ya-no-era-chiquita recibió una llamada telefónica. El gran hombre estaba mal. Había tenido un derrame. Quedó afásico, le explicaron. No podía hablar y no estaban seguros de que pudiera entender lo que le decían. Ya no podía sonreír, reír, caminar, abrazar, bailar o decirle a la chiquita que ya-no-era-chiquita que la amaba. Y entonces fue a ver al gran hombre. Cuando entró en la habitación y lo vio, parecía pequeño y ya nada fuerte. Él la miró y trató de hablar pero no pudo. La chiquita hizo lo único que podía hacer. Se acercó a la cama junto al gran hombre. Los dos tenían los ojos llenos de lágrimas y ella rodeó con sus brazos los hombros inútiles de su padre. Con la cabeza apoyada en su pecho, pensó en muchas cosas. Recordó los momentos que habían pasado juntos y cómo se había sentido siempre protegida y querida por el gran hombre. Sintió dolor por la pérdida que debía soportar, las palabras de amor que la habían confortado. Y entonces oyó desde el interior del hombre el latido de su corazón. El corazón que siempre había albergado música y palabras. El corazón seguía latiendo, desentendiéndose del daño al resto del cuerpo. Y mientras ella descansaba allí, obró la magia. Oyó lo que necesitaba oír. Su corazón expresó las palabras que su boca ya no podía decir… Te amo Te amo Te amo Chiquita Chiquita Chiquita y se sintió confortada.
Amor de verdad
Moisés Mendelssohn, el abuelo del famoso compositor alemán, distaba de ser buen mozo. Además de una estatura bastante baja, tenía una giba grotesca. Un día, visitó a un comerciante en Hamburgo que tenía una hija encantadora llamada Frumtje. Moisés se enamoró perdidamente de ella. Pero Frumtje sintió rechazo por su aspecto deforme. Cuando llegó el momento de irse, Moisés juntó coraje y subió la escalera hasta el cuarto de la muchacha para aprovechar una última oportunidad de hablar con ella. Era una visión de belleza celestial, pero le produjo una gran tristeza por su negativa a mirarlo. Después de varios intentos por entablar conversación, Moisés le preguntó con timidez: — ¿Crees que los casamientos se hacen en el cielo? —Sí —respondió ella, sin apartar los ojos del piso—. ¿Y tú? —Sí —respondió él—. Sabes, en el cielo, cuando nace un varón, el Señor anuncia con qué chica se casará. Cuando nací yo, me indicaron quién sería mi futura novia. Entonces el Señor agregó: "Pero tu mujer será jorobada". —En ese mismo instante grité: "Oh, Señor, una mujer jorobada sería una tragedia. Por favor, Señor, dame la joroba y a ella hazla hermosa". Entonces, Frumtje lo miró a los ojos y fue sacudida por algún recuerdo profundo. Alargó el brazo para darle la mano a Mendelssohn y más adelante se convirtió en su devota esposa.
Barry y Joyce Vissell
El juez abrazador
INo a los codazos! ¡Sí a los abrazos!. Adhesivo. Lee Shapiro es un juez jubilado. También es una de las personas más cariñosas que conocemos. En un momento de su carrera, Lee se dio cuenta de que el amor es el poder más grande que existe. Como consecuencia de ello, Lee se convirtió en un abrazador. Empezó a ofrecerle a todo el mundo un abrazo. Sus colegas lo apodaron "el juez abrazador". El adhesivo de su auto dice: "¡No me fastidies! ¡Abrázame!" Hace unos seis años, Lee creó lo que llamó su "Equipo para abrazar". En el exterior se lee "Un corazón por un abrazo". El interior contiene treinta corazoncitos rojos bordados con un adhesivo atrás. Lee sale con su equipo de abrazador, se acerca a las personas y les ofrece un corazón rojo a cambio de un abrazo. Lee se ha hecho tan famoso con esto que muchas veces lo invitan a pronunciar el discurso de apertura de conferencias y convenciones donde comparte su mensaje de amor incondicional. En una conferencia en San Francisco, los medios de comunicación locales lo desafiaron diciendo: "Es fácil dar abrazos aquí en la conferencia a gente que optó personalmente por estar aquí. Pero esto nunca podría dar resultado en el mundo real". Desafiaron a Lee a que diera algunos abrazos en las calles de San Francisco. Seguido por un equipo de televisión de la estación local, Lee salió a la calle. Se acercó a una mujer que pasaba. "Hola, soy Lee Shapiro, el juez abrazador. Estoy dando estos corazones a cambio de un abrazo". "Claro", respondió ella. "Demasiado fácil", opinó el animador local. Lee miró a su alrededor. Vio a la empleada del parquímetro que estaba viéndoselas de figurillas con el dueño de un BMW al que le estaba haciendo una multa. Caminó hacia ella, con el equipo televisivo detrás y dijo: "Tengo la impresión de que podría usar un abrazo. Soy el juez abrazador y aquí estoy para ofrecerle uno". Ella aceptó. El locutor de la televisión lanzó un último desafío. "Mire, ahí viene un ómnibus. Los conductores de San Francisco son los hombres más duros, mezquinos y malhumorados de la ciudad. Veamos si logra qu
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